La carta
En el exilio, 20 de mayo de 1979
A su Santidad el Papa Juan Pablo II
Ciudad del Vaticano
Muy Santo Padre:
Yo soy Léon Degrelle, el Jefe del Rexismo belga, antes de la
Segunda Guerra Mundial y durante ésta, el Comandante de los Voluntarios belgas
del Frente del Este, luchando en la 28. división de la Waffen SS "Wallonie".
Ciertamente esto no es una recomendación a los ojos de la gente. Pero yo soy
católico como usted y me creo, por este hecho, autorizado a escribiros, como a
un hermano en la fe.
He aquí de qué se trata: la prensa anuncia que con motivo de
vuestro próximo viaje a Polonia entre el 2 y el 12 de Junio de 1979, S.S va a
concelebrar la misa con todos los obispos polacos en el antiguo campo de
concentración de Auschwitz. Yo encuentro, os lo digo de antemano, muy
edificante que se rece por los muertos, sean cuales sean y donde sea, incluso
delante de unos hornos crematorios flamantes, de ladrillos refractarios
inmaculados.
Dudas
Pero me asaltan ciertas aprensiones, a pesar de todo. Su
Santidad, es polaco. Esta condición aparece sin cesar y es humano, en vuestro
comportamiento pontifical. Si os impresionan fuertemente viejos resentimientos
de patriota que participó de lleno en su juventud en un duro conflicto bélico,
podríais estar tentado de tomar partido, una vez hecho Papa, en disputas
temporales, que la historia no ha esclarecido aún suficientemente. ¿Cuáles
fueron las responsabilidades exactas de los diversos beligerantes en el
desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial?
¿Cuál fue el papel de ciertos provocadores?. Vuestro
presidente del Consejo de Ministros, el Coronel Beck, que todo el mundo sabe
que era un personaje bastante sospechoso, ¿se comportó acaso en 1939 con toda
la ponderación deseada?. ¿No rechazó con demasiada soberbia ciertas
posibilidades de entendimiento? ¿Y después? ¿La guerra fue verdaderamente tal
como se ha dicho?. ¿Cuáles fueron las faltas, e incluso los crímenes de unos y
de otros? ¿Se han sopesado siempre con objetividad las intenciones? ¿No se ha
desvirtuado a la ligera o con mala fe, porque la propaganda lo reclamaba, la
doctrina del adversario atribuyéndole unos proyectos y endosándole unos actos
cuya realidad puede estar sujeta a numerosas dudas?
A pesar de que la Iglesia siempre está mucho mejor informada
que nadie, a través de dos mil años de circunspección ha evitado siempre las
posturas precipitadas y ha preferido juzgar siempre sobre hechos probados, con
calma, después de que el tiempo ha separado el grano de la cizaña, los furores
y las pasiones. Especialmente, la Iglesia siempre se distinguió por una
moderación extrema, a lo largo de la II Guerra Mundial. Siempre se guardó
cuidadosamente de propagar locas elucubraciones que corrían entonces.
Muy Santo Padre, sobre vuestro suelo patrio -en Auschwitz
particularmente-, afectado, quizás, por ciertas visiones incompletas y partidarias
del pasado ¿va usted simplemente a rezar?... Temo sobre todo, que vuestros
rezos, e incluso vuestra simple presencia en esos lugares, sean inmediatamente
desvirtuados de su sentido profundo y sean utilizados por propagandistas sin
escrúpulos, que los harán servir, escudándose en vos, para las campañas de
odio, a base de falsedades, que emponzoñan todo el asunto de Auschwitz desde
hace más de un cuarto de siglo. Sí, falsedades.
Propaganda mentirosa
Después de 1945 -abusando de la psicosis colectiva que, a
base de habladurías incontroladas, había transtomado a numerosos deportados de
la Segunda Guerra Mundial- la leyenda de las exterminaciones masivas de
Auschwitz ha alcanzado al mundo entero. Se han repetido en millares de libros
incontables mentiras, con una rabia cada vez más obstinada. Se las ha reeditado
en colores, en películas apocalípticas que flagelan furiosamente, no sólo la
verdad y la verosimilitud, sino incluso el buen sentido, la aritmética más
elemental, y hasta los mismos hechos.
Usted, Muy Santo Padre, fue, según se dice, un resistente a
lo largo de la Segunda Guerra Mundial, con los riesgos físicos que comporta un
combate contrario a las leyes internacionales. Ciertas personas añaden que
usted estuvo internado en Auschwitz como tantos otros, usted ha salido de allí,
ya que usted es actualmente Papa, un Papa que, con toda evidencia, no huele
demasiado al famoso gas Zyklon B. Su Santidad, que ha vivido en estos lugares,
debe saber, mejor que cualquier otro, que esos gaseamientos masivos de millones
de personas nunca fueron realidad. S.S, como testigo de excepción, ¿ha visto
personalmente efectuar una sola de estas grandes masacres colectivas, tan
repetidas una y otra vez por propagandistas sectarios?...
Ciertamente, se sufrió en Auschwitz. En otras partes
también, Todas las guerras son crueles. Los centenares de miles de mujeres y
niños atrozmente carbonizados por orden directa de los Jefes de Estado aliados,
por ejemplo en la masacre de Dresde, de Hamburgo, de Hiroshima y de Nagasaki, tuvieron
unos padecimientos mucho más horribles que los sufridos por los deportados
políticos o los resistentes (entre ambos, el 25 por ciento de la población
total de los campos), objetores de conciencia, anormales sexuales o criminales
de derecho común (75 por ciento de la población concentracionaria) que
padecían, y a veces morían, en los campos de concentración del Tercer Reich.
El agotamiento les devoraba. El hundimiento moral eliminaba
las fuerzas de resistencia de las almas menos templadas. Las crueldades de
ciertos guardianes desnaturalizados, alemanes, y mas a menudo no alemanes, de
los "kapos" y otros deportados convertidos en verdugos de sus
compañeros, se sumaban a la amargura de una promiscuidad multitudinaria. Cabe
pensar que en algún campo hubiese algún chiflado que procediera con
experiencias de muerte inéditas o fantasías monstruosas en torturas o
asesinatos.
Sin embargo, el calvario de la mayor parte de los exiliados,
habría terminado felizmente el día tan esperado del inicio de la paz, sino se
hubiera abatido sobre ellos, a lo largo de las últimas semanas, la catástrofe
de epidemias exterminadoras, ampliadas aún más por los fabulosos bombardeos que
destrozaban las líneas de ferrocarril y las carreteras, enviaban a pique los
barcos cargados de presos, como ocurrió en Lübeck. Estas operaciones aéreas
masivas destruían las redes eléctricas, los conductos y depósitos de agua,
cortaban todo abastecimiento, imponían por doquier el hambre, hacían imposible
todo transporte de evacuados. Las dos terceras partes de deportados muertos a
lo largo de la Segunda Guerra Mundial, perecieron entonces, víctimas del tifus,
de la disentería, de hambre, de las esperas interminables sobre las trituradas
vías de comunicación. Las cifras oficiales lo establecen.
Estadísticas
En Dachau, por ejemplo, según las mismas estadísticas del
Comité Internacional, murieron en enero de 1944, 54 deportados; en febrero de
1944, 101; pero en el mes de Enero de 1945 murieron 2.888, y, en febrero de
1945 murieron 3.977. Sobre el total de 35.613 deportados muertos en este campo
de 1940 a 1945, 19.296 fallecieron durante los últimos 7 meses de hostilidades;
y queda demostrado que el terrorismo aéreo aliado no tenía ya ninguna utilidad
militar, pues la victoria de los aliados, al principio de 1945, ya estaba
totalmente asegurada. Y por tanto, ya no era necesario de ningún modo, dicho
terrorismo aéreo aliado. Sin esta loca y brutal trituración a ciegas, millares
de internados hubiesen sobrevivido, en lugar de convertirse -entre abril y mayo
de 1945- en macabros objetos de exposición, alrededor de los cuales bullían
manadas de necrófilos de la prensa y del cine, ávidos de fotos y películas con
ángulos y vistas sensacionales, y de un rendimiento comercial asegurado. Unos
documentos visuales, cuidadosa y previamente retocados, sobrecargados,
deformados, y generadores de crecientes odios.
Estos correveidiles de la información hubiesen podido,
también, tomar kilómetros de fotografías similares de cadáveres de mujeres y
niños alemanes, cien veces más numerosos, muertos exactamente de la misma
manera, de hambre, de frío o ametrallados sobre los mismos helados vagones al
descubierto, y sobre los mismos caminos ensangrentados. ¡Pero esas fotos, igual
que las de la inmensa exterminación de las ciudades alemanes, que nos descubrirían seiscientos mil cadáveres, ya se guardarían bien de darlas a
conocer! Hubiesen podido turbar los ánimos y sobre todo, templar los odios. Y
la verdad es que el tifus, la disentería, el hambre, los continuos ametrallamientos aéreos, golpeaban indistintamente, en 1945, tanto a los
deportados extranjeros como a la población civil del Reich, todos atrapados por
unas abominaciones propias del fin del mundo.
Genocidio
Por lo demás, Muy Santo Padre, en lo que se refiere a una
voluntad formal de genocidio, ningún documento ha podido aportar la menor
prueba oficial de ello, desde hace más de 30 años. Mas especialmente, en lo que
concierne a la pretendida cremación, en Auschwitz, de millones de judíos en
fantasmales cámaras con gas Zyklon B, las afirmaciones lanzadas y
constantemente repetidas desde hace tantos años, en una fabulosa campaña, no
resisten un examen científico serio.
Es descabellado imaginar, y sobre todo pretender, que se
hubieran podido gasear en Auschwitz 24.000 personas por día, en grupos de
3.000, en una sala de 400 metros cúbicos, y menos aún, a 700 u 800 en unos
locales de 25 metros cuadrados, de 1.90 metros de altura, como se ha pretendido
a propósito del campo de Belzec; 25 metros cuadrados o lo que es lo mismo, la superficie
de un dormitorio. Usted, Santo Padre, ¿lograría meter 700 u 800 personas en
vuestro dormitorio?.
Y 700 a 800 personas en 25 metros cuadrados, esto hace 30
personas por cada metro cuadrado. Un metro cuadrado, con 1,90 metros de altura
¡es una cabina telefónica! ¿Su Santidad sería capaz de apilar a 30 personas en
una cabina telefónica de la Plaza San Pedro o del Gran Seminario de Varsovia, o
en una simple ducha?. Pero si el milagro de los 30 cuerpos plantados como espárragos en una cabina telefónica o el de las 800 personas apiñadas alrededor
de vuestra cama se hubiese realizado, un segundo milagro tenía que haberse
producido inmediatamente, pues las 3.000 personas ¡el equivalente de dos
regimientos! hacinadas tan fantásticamente en la habitación de Auschwitz, o las
700 u 800 personas apretujadas en Belzec a razón de 30 ocupantes por metro
cuadrado, ¡hubiesen perecido casi al instante, asfixiadas, por carencia de
oxígeno! ¡No hubieran hecho falta las cámaras de gas! Todos habrían dejado de
respirar, incluso antes de que se hubiese terminado de hacinar los últimos, que
se cerrasen las puertas y se esparciera el gas por la sala. ¿Y cómo se hacía
esto último? ¿Por unas hendiduras ? ¿Por unos agujeros? ¿Por una chimenea?
¿Bajo forma de aire caliente? ¿Con vapor? ¿Vertiéndolo sobre el suelo? ¡Cada
uno cuenta lo contrario del otro! ¡EI gas Zyklon B no alcanzando más que a
cadáveres, no hubiese representado la menor utilidad! De todas maneras, el
Zyklon B es, como toda persona interesada en la ciencia puede saber, un gas de
empleo peligroso, inflamable y adherente. También veintiuna horas de espera
hubiesen sido necesarias, e incluso indispensables, antes de que se hubiese
podido retirar el primer cuerpo de la fantástica sala.
Dientes
Sólo después se hubieran podido extraer, como se han
complacido en contárnoslo, con miles de detalles escabrosos todos los dientes
de oro, todas las fundas de plomo en las que escondían, se dice, diamantes, de
cada lote de seis mil mandíbulas rígidas -- ¡tres mil personas! -- , contraídas
tras la muerte, o de 48.000 mandíbulas diarias si se creen las cifras oficiales
de 24.000 gaseados cotidianos solamente en Auschwitz.
Muy Santo Padre, por muy santo que sea Su Santidad, ¡Usted
soportará al dentista alguna vez, con más o menos resignación! ¿Os han extraído
un diente? ¿Dos dientes? ¿Se os han instalado en una silla de dentista con
potentes reflectores, enfocados sobre las mandíbulas con útiles perfeccionados
y con un paciente que se presta a sus prescripciones?. Pues bien, la extracción,
en unas óptimas condiciones, tarda su tiempo. ¿Un cuarto de hora?, ¿Media
hora?. En Auschwitz, según las leyendas, a los cadáveres que yacían en el
suelo, era necesario abrirles, con muchas dificultades, las mandíbulas
endurecidas, descontraerlas, y tratarlas mediante instrumental necesariamente
primitivo. Con ocho operadores en total: es la cifra oficial. Y después tenían
que examinarlos sin luz apropiada, a ras del cemento, y no solamente un punto
enfermo de la dentadura, ¡sino las dos mandíbulas enteras!, ¡Arrancar, vaciar.
limpiar! ¿Puede hacerse esto en menos tiempo que en casa del especialista,
perfectamente equipado?, Dígnese Su Santidad tomar un lápiz. A razón de un
cuarto de hora por dentadura y con cuatro individuos a pleno rendimiento en la operación
se podría llegar a 16 cadáveres tratados por hora, es decir, 160 en una jornada
de 10 horas sin un minuto de reposo. Piense Su Santidad incluso en un
estajanovista de las dentaduras, y doble el ritmo de las extracciones, lo que
es además materialmente imposible: esto supondría 320. Entonces, Muy Santo
Padre, ¿cómo imaginar cremaciones de 3.000 judíos de una sola vez?, ¿Y las
jornadas de 24.000 gaseados con gas Zyklon B, que representarían 48.000
dentaduras para vaciar o sea más de 760.000 dientes a examinar diariamente?.
Simplemente ateniéndose a los seis millones de judíos muertos -- algunos han
doblado y triplicado la cifra, que la propaganda machaca contínuamente en
nuestros oídos --, estos extractores de mandíbulas hubiesen seguido, unos años
después de la guerra, en plena actividad.
Estas extracciones, solamente estas extracciones, en diez
horas de labor ininterrumpida, ¡hubiesen absorbido un trabajo de 1.875 jornadas
de todo el equipo de 8 individuos!
Cálculos
Pero además, estas extracciones sólo eran una formalidad
preliminar. Hacía falta también rapar millones de cabelleras. Después, antes de
pasar los cadáveres al horno. se procedía -- según lo que todos los
"historiadores" de Auschwitz afirman ex cátedra -- al examen de todos
los anos y todas las matrices, de cuyo fondo se trataba de recuperar los
diamantes y las "joyas" que hubieran podido ser escondidas. ¿Se
imagina usted esto Muy Santo Padre?. ¡Seis millones de años, tres o cuatro
millones de matrices limpiados a fondo, cuando se nos ha explicado que, después
de los gaseamientos masivos, los cuerpos chorreaban de excrementos, de sangre
femenina y de otras inmundicias! En estos órganos sucios, los dedos, las manos
de los operadores, debían revolver todo, descubrir los supuestos diamantes
escondidos, extraerlos pegajosos, lavarlos, lavarse ellos, 24.000 veces por día
(los años), 15 ó 20.000 veces por días (las matrices). ¡Es una locura!. ¡Todo
esto es de locos! Y no hablemos de las actividades complementrias: fábricas de
abonos y fábricas de jabones, de las cuales el delirante profesor Poliakov
habla sin pestañear.
Estas operaciones de gaseamiento, de corte de pelo, de
extración de dientes, de limpieza de órganos, realizados sobre seis millones de
judíos, o siete millones, o sobre quince millones según el Padre Riquet, o
sobre veinte millones -- ¡es decir más que los judíos existentes entonces en el
mundo entero! -- según el diccionario Larousse, seguirían todavía si se
admitieran como exactas las afirmaciones "oficiales" de los
manipuladores de la "historia" de Auschwitz. ¡Entonces, sí que
tendría Ud., Muy Santo Padre, que taparse la nariz cerca de las cámaras de gas,
y transpirar al calor de los hornos de Auschwitz, en el transcurso de su misa
concelebrada!.
Inverosímil
Si se hubiese multiplicado el número de cadáveres reales y
normales por diez, o por veinte, la estafa de los muertos hubiese podido
conservar un cierto aspecto de verosimilitud. Pero al igual que hemos visto en
el caso del gaseamiento de 700 a 800 personas por dormitorio, al mentir
demasiado se llega a lo grotesco. Era precisa la insondable y apenas imaginable
estupidez de las masas, para que semejantes extravagancias hayan podido ser
inventadas, contadas, difundidas a los cuatro vientos, filmadas y CREIDAS.
"¡Yo creo -- declara bravamente un personaje de
Holocausto -- todo lo que se cuenta sobre ello!". ¡Declaración ejemplar!.
Entonces. Muy Santo Padre, ¿cómo imaginar un instante que en
Auschwitz, en la hora de la concelebración, mientras que todos los corazones,
estrechados por el amor de Dios y de los hombres, van a participar en la
renovación del sacrificio, un sacerdote, un Papa podría, en el momento en que
levanta el cáliz hacia el cielo, ser consciente de que está encubriendo bajo su
patio un despliegue de un odio tan bestial y de unas mentiras tan
extravagantes, que están en el extremo opuesto de la enseñanza patética de
Cristo?, ¡No! ¡Ciertamente no!, ¡No es posible!. Vuestro mensaje, a cien pasos
de la falsa cámara de gas de Auschwitz, no puede ser más que un mensaje de
caridad, de fraternidad, igualmente de la verdad, sin la cual toda doctrina se
hunde. Usted va a Auschwitz para recogeros, emocionado, en uno de los altos
lugares del sufrimiento humano cuyas causas y cuyos responsables serán fijados
verdaderamente, objetivamente, con el tiempo, por una Historia serena, y no
recurriendo a testimonios obtenidos por la fuerza y a unas divagaciones de
farsantes.
El Papa está por encima de todo esto.
Está al lado de las almas que sufrieron, de las que, en el
sufrimiento, se elevaron espiritualmente, pues no existe pena, ni calvario, ni
agonía que no pueda llegar a ser sublime. Por ejemplo, en los campos de batalla
de la Segunda Guerra Mundial en que tantos millones de soldados cayeron tras
horribles sufrimientos, e igualmente en los campos de trabajo, en que tantos
murieron victimas de intereses que no entendían pero que los aniquilaban: el
sacrificio, el dolor físico y moral, la terrible angustia, convirtieron a miles
de almas, que en circunstancias normales se hubiesen perdido en la mediocridad,
en gloriosos ejércitos de héroes espirituales. Así fue en Auschwitz. Fue así en
el Frente del Este, a lo largo de los años de lucha y de inmolación de millones
de jóvenes europeos que, de 1941 a, 1945, hicieron frente heróicamente al
empuje del comunismo. Seguramente, a través de toda la historia de los hombres,
se han cometido atrocidades. Auschwitz, de todas maneras, no habrá sido ni el
primer caso, ni el último. Nosotros lo vemos de sobra en la hora actual, cuando
son masacrados tantas mujeres y niños sin defensa, aplastados en los campos
palestinos por la aviación de lsrael, ejecutando la ley del Talión sobre unos
inocentes, en memoria de los cuales, no se cantará probablemente nunca una misa
concelebrada... Numerosas potencias han abusado muchas veces de su poder.
Numerosos pueblos han perdido la cabeza. No uno especialmente. Pero sí todos.
Al lado de corazones puros y desinteresados que ofrecieron su juventud a un
ideal, Alemania, tuvo, como todo el mundo, su lote de seres detestables,
culpables de violencias inadmisibles. ¿Pero qué país no ha tenido los suyos?
Otros ejemplos
La Francia de la Revolución Francesa, ¿no ha inventado el
Terror, la Guillotina, los ahogamientos en el Loira? ¡Napoleón no deportó, pero
sí movilizó por la fuerza a centenares de millares de civiles de los países
ocupados, enviados a la muerte por su gloria! ¡Cincuenta y un mil nada más que
en Bélgica! ¡Es decir, más que los belgas que murieron a lo largo de la I
Guerra Mundial o en los campos de concentración del III Reich!. Más cerca de
nosotros, un De Gaulle ¿no presidió, en 1944-45, la masacre de decenas de
millares de adversarios bautizados como "colaboradores"?. Más
recientemente aún, en Indochina, en Argelia, Francia ¿no hacinó a centenares de
millares de prófugos, de rehenes, de simples civiles arrestados masivamente, en
campos de concentración extremadamente duros en donde tampoco faltaron los
sádicos? Un General francés hizo incluso el elogio público de la tortura, ¿Y la
Gran Bretaña, con sus bombardeos de ciudades libres como Copenhague? ¿Sus
ejecuciones de cipayos atados en la boca de los cañones; su aplastamiento de
los boers; sus campos de Concentración del Transvaal o con millares de mujeres
y niños muertos en una miseria indecible? ¿Y Churchill, desencadenando sus
abominables bombardeos de terror sobre la población civil del Reich, la
calcinación por fósforo en las cuevas, aniquilando en una sola noche alrededor
de doscientos mil mujeres y niños en el gigantesco crematorio de Dresde?
"Alrededor de", porque no se ha podido hacer una estimación
aproximada más que calculando el peso de las cenizas.
¿Y los Estados Unidos? ¿No han elevado su potencia gracias a
la esclavización de millones de negros marcados al fuego ardiente como bestias,
y gracias a la exterminación casi íntegra de los pieles rojas propietarios de
los terrenos ansiados?, ¿No han sido ellos los lanzadores de la bomba atómica?
Ayer aún, ¿no han contado, entre sus tropas de Vietnam, con indiscutibles
verdugos?. Y no insistimos sobre las decenas de millares de víctimas de la
tiranía de la URSS y de los Gulags actuales, de los cuales, temo que no se dirá
nada ni que usted visitará nunca como lo ha hecho con el campo de Auschwitz,
vacío de todo ocupante desde hace decenas de años.
En Auschwitz, nadie lo negará, la vida ha sido dura, a veces
muy cruel. Pero en los campos de los vencedores de 1945, los sádicos y los
verdugos prosperaron rápidamente con igual abundancia, pero con muchas menos
excusas, si se admite que una guerra mundial pueda albergar unas excusas...
Los otros judíos
Santo Padre, yo no querría empañar el placer que usted va a
tener al encontrarse en su país. ¡Pero cuidado! Vuestra patria valerosa, de la cual
usted ha exaltado la elevación moral al glorificar a su admirable patrón San
Estanislao, ¿no ha conocido ella también sus horas de crímenes y de
envilecimiento?. En el momento en que usted va a pisar el suelo polaco de
Auschwitz que recuerda especialmente la última tragedia judía, resultaría poco
decente -- si quiere ser justo -- no evocar otros judíos innumerables muertos
anteriormente por todo vuestro territorio, en unos progroms horribles,
torturados, asesinados, colgados durante siglos por vuestros propios
compatriotas. ¡Estos no han sido siempre unos ángeles, a pesar de ser tan
católicos!.
Yo oigo todavía al Nuncio Apostólico de Bruselas, el que fue
después Cardenal Micara, anteriormente Nuncio en Varsovia, cuando me contaba,
en su excelente mesa, cómo los campesinos polacos crucificaban a los judíos en
las puertas de sus granjas. "¡Estos cochinos judíos!", exclamaba,
bastante poco evangélicamente el untuoso prelado.
Estas palabras fueron pronunciadas tal cual, créame.
No se encuentra información de la visita de JP al campo, ni
del discurso durante su visita
|
La Iglesia ella misma, Muy Santo Padre, ¿Ha sido siempre tan
blanda? Incluso en pleno siglo XVIII, ella quemaba aún a los judíos con gran
aparatosidad. En plena ciudad de Madrid, particularmente. Pero ella, ¡los
quemaba vivos!. La Inquisición no ha sido un pacífico redil. Las masacres de
los albigenses se perpetraron bajo la égida de Santo Tomás de Aquino. Los
asesinatos de la noche de San Bartolomé causaron la alegría del Papa, vuestro
predecesor, que se levantó en plena noche para festejar, con un Tedeum
entusiasta tan alegre acontecimiento, ¡y ordenó incluso conmemorarlo con una
medalla!. ¿Y las treinta mil llamadas brujas, calcinadas piadosamente a lo
largo de la Cristiandad? Incluso en el pasado siglo, el papado restablecía aún
en Roma el Ghetto. En el fondo, Muy Santo Padre, que no valemos mucho bien
seamos Papas o Ayatollas, parisinos o prusianos, soviéticos o neoyorquinos. ¡No
hay por qué ser exageradamente orgullosos! Todos nosotros hemos sido, en
nuestros malos momentos, tan salvajes los unos como los otros. Esta
equivalencia no justifica nada ni a nadie. Ella incita, sin embargo, a no
distribuir con demasiada impetuosidad o benevolencia las excomuniones Y las
absoluciones.
Sólo se rechazará el salvajismo humano respondiendo al odio
con la fraternidad. El odio se desarma, como todo se desarma, pero no
ofreciéndolo continuamente con salsas cada vez más picantes. Ni excrementándolo
y exasperándolo, como en el caso de Auschwitz, a fuerza de exageraciones locas,
de mentiras y de falsas confesiones llenas de contradicciones flagrantes arrancadas
por la tortura y el terror en las prisiones soviéticas o americanas, pues tanto
valían las unas como las otras en los tiempos odiosos de Núremberg.
El Mito del Siglo XX
Algunos hubiesen podido pensar que los filibusteros del
exhibicionismo concentracionario y los falsarios que hicieron del asunto de los
"seis millones" de judíos, la estafa financiera más remuneradora del
siglo, iban a poner en fin un término a esa explotación. Gracias a todo el
aparato de la grandiosa ceremonia religiosa que va, en vuestra presencia, a
desplegarse entre los falsos decorados del plató de Auschwitz, en medio de un
gigantesco baqueteo de televisión y de prensa, se intentará todo para
convertiros en avalista indiscutido de estos cheques del odio. Vuestro nombre
vale su peso en oro, para todos estos gangsters. Saldrá en el mundo entero,
como si el primer Holocausto no fuera suficiente, un Holocausto número 2 que no
habrá costado un millón de dólares como el otro, ya que Vuestra Santidad habrá
suministrado absoluta y gratuitamente, a unos indecentes escenógrafos, la más
fastuosa de las figuraciones.
El Holocausto número 1 (Se refiere a la película de
propaganda [serie televisiva] "Holocausto" ), cualquiera que
haya sido su difusión y su impacto entre los tontos, no ha sido más que un
gigantesco alboroto hollywoodiano, de una rara vulgaridad, y destinado ante
todo a vaciar centenas de millones de bolsillos de espectadores no advertidos.
Pero los estragos no podían ser más que pasajeros; se debería rápidamente notar
que las extravagancias eran bufonescas, no resistirían al examen concienzudo de
un historiador. Por el contrario, vuestro Holocausto, Muy Santo Padre, filmado
con una gran pompa en Auschwitz, por un Papa en carne y hueso, revestido de
toda la majestuosidad pontifical y ungido de veracidad, de cara a un altar
inviolable, sobre todo en la hora del Sacrificio, este Holocausto número 2
arriesga aparecer a los ojos de una cristiandad burlada por unos manipuladores
sacrílegos, como una confirmación casi divina de todas las elucubraciones
montadas por unos usureros llenos de odio.
Ya vuestra evocación ante las tumbas polacas de Montecasino,
de una guerra de la cual -- si se cree lo que ha dicho la prensa internacional
-- S.S, no ha retenido más que ciertos aspectos fragmentarios y partisanos, ha
inquietado a muchos fieles. Vuestra comparecencia ostentosa en Auschwitz no
puede sino inquietar más aún, Muy Santo Padre, pues no es dudoso que se os va a
"utilizar". Es tan evidente que revienta los ojos. Unos filibusteros
de la prensa y de la pantalla han decidido hacerle caer, con la mitra por
delante, con vuestra sotana blanca toda nueva, en esta trampa de Auschwitz. Sin
embargo esta ceremonia religiosa no puede representar a vuestros ojos,
ciertamente, en la hora de la concelebración, otra cosa que una llamada a la
reconciliación, y de ninguna manera una llamada al odio entre los hombres.
Homo homini lupus, dicen los sectarios. Homo homini frater,
dice todo cristiano que no es un hipócrita. Nosotros somos todos hermanos, el
deportado que sufre detrás de las alambradas, el soldado intrépido crispado
sobre su ametralladora. Todos los que hemos sobrevivido a 1945, Ud., el
perseguido convertido en Papa, yo, el guerrero convertido en perseguido, y
millones de seres humanos que hemos vivido de una manera u otra la inmensa
tragedia de la II Guerra Mundial con nuestro ideal, nuestros anhelos, nuestras
debilidades y nuestras faltas, debemos perdonar, debemos amar. La vida no tiene
otro sentido. Dios no tiene otro sentido. Entonces, de verdad, ¡qué importa el
resto! El día que Ud. celebre la Misa en Auschwitz a pesar de las imprudencias
espirituales que puedan comportar unas tomas de posiciones de un Papa en unos
debates históricos no conclusos y a pesar de los fanáticos del odio que, sin
tardanza, van a explotar la espectacularidad de vuestro gesto, yo uniré desde
el fondo de mi exilio lejano mi fervor al vuestro. Soy, Muy Santo Padre,
filialmente vuestro.